El pastor le había indicado vagamente el camino. Pero no lo encontraba. Aquel día de otoño cualquiera hubiera tomado al arqueólogo Manuel Santonja por un loco, mirando minuciosamente las rocas en el margen de río Águeda, un imponente pedregal erosionado por las aguas de este afluente del Duero, a 17 kilómetros de Ciudad Rodrigo. Decidió esperar a que Tomás volviera con el rebaño. "Convencí al pastor de que, esta vez, me acompañara". Volvieron a este enclave salmantino entre Ciudad Rodrigo y la frontera con Portugal. De pronto, "allí estaba". El caballo. El primero. "¿Que cómo me sentí? Sobrecogido". El próximo mes de mayo los arqueólogos volverán a la estación rupestre de Siega Verde -uno de los más importantes conjuntos paleolíticos al aire libre de toda Europa, junto con el vecino yacimiento portugués de Foz Coa-y lo harán buscando más respuestas. Muchas de ellas ya se han consolidado en estos 23 años. Aquel grabado inicial fue el primero de 686 encontrados en 94 rocas a lo largo de un kilómetro, en una de las márgenes del río Águeda, todas ellas mirando hacia donde el sol amanece. La teoría dominante asegura que este enclave, distinguido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad el pasado agosto, era un lugar de paso de hombres y animales. Los primeros emboscaban a los segundos cuando iban a abrevar. Pero, ¿por qué grabar figuras de animales? ¿Para marcar el terreno, para invocar la abundancia de piezas? Y, si es así, ¿por qué concentrar los dibujos a lo largo de un sólo kilómetro? La ciencia se torna tan especulativa que se permite la poesía: ¿Y si allí los artistas de la tribu encontraron un lienzo de piedra con rocas sugerentes bajo la luz más favorable? En su capacidad de observación del mundo, estas rocas grabadas eran tan visibles como nuestras vallas publicitarias. De noche, a la cambiante luz de la llama, aquellos dibujos fueron el primer cinematógrafo. Se pueden visitar 14 -aunque el recorrido, de una hora, abarca una media docena- de las piedras grabadas. Sólo con la ayuda de un guía puede distinguirse la talla de la mano de la talla del tiempo, ambas calculadas en el arco inmenso de entre 20.000 a 10.000 años antes de Cristo. Picasso: 'Ya está todo inventado' El terreno del cauce nos recuerda que somos la misma especie que nuestros antepasados y los visitantes deben acceder en grupos tan reducidos como los de los hombres que allí tallaron su arte piqueteando o raspando. Hay que apreciar cada pieza de abajo arriba, sentados como ante una hoguera invisible. La mejor crítica sobre las imágenes que allí se encuentran ya la hizo Picasso cuando vio las pinturas, también paleolíticas, de la cueva francesa de Lascaux, de la que sacaría la fuerza telúrica y primordial del Guernica: "Ya está todo inventado". Como en el interior de la cueva gala, pero bajo el sol castellano, aparece el naturalismo por el que pueden reconocerse caballos, bóvidos y cérvidos. Un fiel reportaje gráfico de cuando renos y bisontes poblaban esta tierra: pero está, también, la cuna del arte: la perspectiva (animales pintados juntos, unos más cercanos a otros), la animación (el trote, las cabezas que se vuelven, los recodos de la piedra sugiriendo movimiento) y la técnica (indicios de triangulación y esbozos previos, de un aprendizaje reglado que pasa de padres a hijos). Nuevas incógnitas En mayo los arqueólogos volverán a Siega Verde con varias incógnitas. Si existirán nuevas figuras más alejadas del río y en otro tipo de piedra o si ampliando el perímetro de búsqueda a varios kilómetros podrá encontrarse al fin un campamento base del grupo humano que las llevó a cabo. Con todo, queda sin respuesta la máxima pregunta. Hay algo que nos asemeja a los hombres de hace 20.000 años. Algo que sorprende igual al primer arqueólogo que al último visitante. Está en el lomo de todos esos caballos, en el belfo delicadamente trazado, en sus patas en movimiento... La belleza ya estaba ahí. Y es lo que, en realidad, seguimos buscando. Fuente: El Mundo: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/15/castillayleon/1302869216.html
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