No todas las historias de Afganistán acaban mal. El visitante de la exposición del Museo Británico Afganistán: encrucijada del mundo antiguo se encuentra en la entrada con una estatua de un joven que sólo continúa existiendo gracias a una combinación de buena suerte y valor. La figura formaba parte de un conjunto funerario descubierto por arqueólogos franceses en 1971.
La estatua carece de cabeza y tiene las piernas destrozadas. Así quedó cuando los talibanes entraron en el Museo Nacional de Kabul en 2001. Todo lo que encontraron que representara el rostro humano fue dañado o destruido. Los restos artísticos y arqueológicos habían sobrevivido a varios años de Gobierno talibán, pero un arrebato repentino contra el arte pagano (las culturas preislámicas) provocó una razzia contra estas obras de arte. Fue la misma época en que los Budas de Bamiyán fueron volados con explosivos.
Esa estatua es un legado de un mundo casi desconocido, una ciudad situada en la ribera del río Oxus (hoy llamado Amu Darya) de la que desconocemos el nombre real. La población local la llamaba Ai Khamun, pero ese nombre sale de una leyenda sobre una supuesta princesa uzbeka que vivió en la zona.
Tras Alejandro Magno
Es una ciudad griega fundada en torno al año 300 AC por Seleucus I, un antiguo general de los ejércitos de Alejandro Magno, destruida por pueblos nómadas de Asia Central en el año 145 AC, y olvidada durante 2.000 años.
Es uno de los rastros que dejó el héroe macedonio en su épica expansión hacia Oriente. Después de atravesar la cordillera del Hindu Kush, se extendió por Afganistán y llegó hasta la India. Fue una corriente de guerra, comercio y cultura por la que el helenismo llegó hasta el corazón de Asia.
La exposición, abierta hasta el 3 de julio, nos muestra los restos de ese intercambio de culturas en una parte de lo que siglos después conoceríamos como la Ruta de la Seda. Ayuda a entender cómo pudo encontrarse en Pompeya, arrasada en el año 73, una estatua de una diosa india.
Para ello, sólo tenemos que examinar las figuras indias que aparecieron en el yacimiento arqueológico de Bagram y que eran propiedad de la familia real de la provincia de Kusham. Sus integrantes eran descendientes de los nómadas que habían acabado con Ai Khamun. No eran tiempos para la coexistencia pacífica. Las pequeñas figuras de Kusham representan a diosas indias, de grandes pechos y actitud insinuante. También aparecen en lujosos respaldos de marfil para utilizarlos en asientos o sofás, cuya función debía ser especialmente gratificante.
Afganistán es un lugar martirizado por siglos de guerras porque muchos de los grandes pueblos antiguos pasaron por allí. No siempre ser una encrucijada tiene consecuencias positivas. Las caravanas de camellos eran el medio de transporte de bienes y objetos de arte que llegaron hasta Europa hace 2.000 años, mucho antes de que Marco Polo abriera nuevos caminos.
Estas culturas estaban a veces condenadas a desaparecer y sabemos poco de ellas porque se trataba de pueblos nómadas, cuyos asentamientos no tenían la voluntad de permanecer como las grandes capitales imperiales.
En la exposición se puede ver una muestra de las más de 20.000 piezas de joyería del siglo I encontradas por arqueólogos soviéticos en 1978 en un lugar llamado Tillya Tepe (la colina del oro). Es el lugar de enterramiento de un príncipe nómada y de cinco princesas, probablemente sacrificadas al morir su dueño. En los diseños aparecen cupidos, delfines y bestias míticas engarzadas con piedras preciosas, con estilos que recuerdan al arte griego, persa o de otros pueblos de Asia Central.
Casi todas son piezas pequeñas y las más grandes, como la gran corona emblema de la exposición, podían desmontarse para su transporte. Las riquezas eran un tesoro que tenía que poder llevarse en el cuerpo o en la silla de montar.
Todos estos tesoros estaban escondidos cuando los talibanes entraron en el Museo Nacional. Si los siglos anteriores fueron azarosos para Afganistán, las últimas tres décadas han sido un horror. El estado de guerra permanente, iniciado con la invasión soviética, hizo que los arqueólogos tuvieran que abandonar los yacimientos y que estos fueran saqueados. Y lo peor estaba por venir.
En cajas fuertes
En 1989, los responsables del Museo Nacional pidieron permiso al Gobierno para esconder las obras más valiosas. Fueron escondidas en dos sitios diferentes: dos cajas fuertes subterráneas en el palacio de Darul Aman y un sótano del Ministerio de Cultura.
Desgraciadamente, tenían razón. Desde 1992, un 70% de las obras que tuvieron que dejar en el museo fueron robadas. La guerra civil de los muyahidines que habían derrotado a la URSS arrasó parte de Kabul. Uno de sus proyectiles destruyó la parte superior del museo.
Tras el fin de los talibanes, el museo era consciente de que habría sido un error pensar que todo había acabado. Las obras de arte salieron de sus refugios en 2003 pero no podían quedarse mucho tiempo en Afganistán.
Al igual que esas caravanas de camellos en las que viajaron por Asia Central, el tesoro comenzó a tener una vida de nómada. Desde entonces, la exposición viaja por distintas capitales del mundo a la espera de que algún día pueda regresar a Kabul. "Desde 2006, las obras han estado viajando", dijo hace unos meses a The Times Omar Khan Masoudi, director del museo. "Esos países son seguros. Se ocupan de las obras y permiten que las vea mucha gente. Es nuestra responsabilidad que la gente pueda conocer nuestra cultura".
La corona de Tillya Tepe que un día fue transportada a lomos de un caballo sigue condenada a vagar por el mundo hasta que algún día Afganistán encuentre la paz. Aún pasará mucho tiempo.
Fuente: Público: http://www.publico.es/culturas/364009/los-supervivientes-de-la-historia-de-afganistan
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